Mindfulness, o Atención Plena, llega a Occidente como vía para la reducción del estrés ligado al mundo laboral. Desde los primeros, tanteos allá por los años 70’ del siglo XX, hasta la actualidad el Mindfulness ha evolucionado y se ha enriquecido, trascendiendo la necesidad utilitarista con la que se aplicó inicialmente.
Sin embargo, los orígenes del Mindfulness son milenarios. Siddharta Gautama, Buda, en el siglo V a. C. estableció los principios básicos en el Sutta Satipatthana, trabajo básico para todos los practicantes, pues en él nace, de él dimana, y allí se recogen las vías para alcanzar la iluminación a través del cultivo de la atención, el sustento, la base del Mindfulness.
Siddharta Gautama determina que la atención consciente es el camino recto para poner fin al sufrimiento, la senda directa para la purificación de los seres.
Meditación y atención plena en lo ordinario facilitan el despertar, estado que impide que añadamos más sufrimiento a nuestra existencia y a la de los demás seres. Despertar ayuda a asumir el dolor inevitable que toda existencia lleva aparejada por el envejecimiento, la enfermedad, la muerte y la interacción con otros.
Mindfulness es consciencia, no conceptual, no discursiva. No es pensar, no hay pensamientos ni conceptualización, es una experiencia directa e inmediata de lo que está ocurriendo sin la mediación del pensamiento, nacida antes del pensamiento. Tiene la capacidad de enfocar, gracias al enfoque se alcanza la comprensión, pone luz en la oscuridad amorfa para apreciar lo que se esconde en ella hasta darle una forma reconocible.
El Mindfulness conlleva las prácticas formales e informales, ambas fundamentales para su integración en la vida cotidiana. La práctica formal viene de la mano de la meditación, que no es sino cultivar pacientemente nuestro interior. La informal, por su parte, conlleva la aplicación de la atención plena a la vida cotidiana en todos y cada uno de los acontecimientos vividos a lo largo del día, desde los más poéticos a los más prosaicos.